
No me acuerdo bien como fue. Me acuerdo que estaba en la escuela hebrea, si no me equivoco en cuarto grado cuando me hablaron por primera vez de la Shoa. Me preguntaba porque nunca antes nadie me había hablado del tema, pero con los años entendí. También entendí porque mi mamá no quería que vea “la vida es bella” cuando la miraban mis hermanos.
Fueron pasando los años y a medida que fui creciendo, fui viviendo Iom Hashoa de una forma distinta. En un principio abría los ojos gigantes intentando saber más de eso que me hablaban, tratando de tener dimensión de lo que había ocurrido y después durante años me fui llenando de peulot, clases y actos que de a poco fueron respondiendo a todas mis preguntas y haciéndome surgir muchas más.
Ahora sí, después de tantos años me toco vivir Iom Hashoa en Israel. Me encontré un día antes en Lohamei Haguetaot, un kibutz en el norte que se hizo en reconocimiento de quienes lucharon en los guetos y funciona allí mismo un museo en memoria de las víctimas de la shoa. Lo resumiría con decir que desde que entré hasta que me fui estuve con un nudo en la garganta. Cada sala del museo me planteaba un interrogante distinto y me daba mil vueltas distintas por cada una de las historias que ya había escuchado una y mil veces y por otras que era la primera vez.
Ese mismo día, erev Iom Hashoa, tuvimos el primer acto en Naharya organizado por una de las escuelas y me resultaba increíble ver como parte de la currícula de un colegio era Iom Hashoa como para mi lo era el 25 de mayo, y como todo acá, por un lado me causaba la envidia de ver como aquello que para mí era algo extra, algo que implicaba un esfuerzo, que me diferenciaba del resto acá todos lo hacían como algo natural, y por otro lado me gratificaba el hecho de que lo sentía y por eso lo había elegido todos los días de mi vida.
El lunes por la mañana tuvimos clase normalmente y a las nueve y media de la mañana nos avisaron que a las diez iba a sonar la sirena. Salimos a la calle y de repente sonó la sirena, nos paramos y la ciudad se paralizo. Quienes iban caminando se frenaron en la posición en la que estaban, los que andaban en auto lo pararon y se bajaron y mi cabeza no podía mas, se me pasaban miles de sentimientos y de ideas al mismo tiempo.
El lunes por la noche tuvimos un acto en Lohamei Haguetaot donde había miles de personas entre gente de tnuá que hace majón, jaialim de uniforme y demás. Muchos discursos, encendido de antorchas, un sobreviviente cantó “shir hapartizanim”, jaialim llevando antorchas y banderas de Israel y videos contando historias que te emocionaban a cada segundo.
Para cerrar estos dos días tan fuertes el acto terminó de la forma que más me emociona: una multitud cantando el Hatikva.
Llegué a Israel y pude sentir aquello durante muchos años solo imaginaba.
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